La OMS declara Pandemia a la enfermedad de la COVID-19, iniciando un proceso mundial de confinamientos, actitudes preventivas de contagio y cambios de hábitos progresivos en la población mundial. Pandemia y confinamiento se convierten en un factor de adversidad psicosocial que afecta las familias y sus hijos e hijas, en contextos de alta tensión por los factores de riesgos presentes en algunas familias. Durante la pandemia en sus tres fases, los/as menores y adolescentes con un trastorno psiquiátrico podrían presentar exacerbación de sus síntomas (OMS – 2020).

Los desastres naturales se encuentran dentro de los eventos de efecto traumático descritos por la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM V) y CIE-10. Las epidemias, una forma de desastre natural, conllevan vivencias generalizadas y compartidas de amenaza para la vida propia y de los que nos rodean, sosteniendo una serie de adaptaciones vitales rápidas (estresores).

Una emergencia sanitaria como la Pandemia de la Covid-19 conllevan a la población infanto-juvenil a vivir con miedo al contagio, duelos y pérdidas de seres queridos, merma de la capacidad adquisitiva de las familia, y otras situaciones adaptativas que pueden influir negativamente en su salud mental.

Durante el confinamiento o el teletrabajo, muchos padres intentan compaginar sus actividades laborales con el cuidado de los hijos y la supervisión en tareas académicas, muchas veces sin la posibilidad de  ayuda de otros cuidadores (adultos mayores, familia extensa). Encontrándonos situaciones de entornos desestructurados a no tener otro contacto social más allá de su familia, aumentando la posibilidad de abuso infantil y negligencia en el cuidado. Además, al reducir la presencialidad externa a través de trabajadores sociales, profesores, o pediatras y otros médicos por motivos sanitarios, se limita la posibilidad de los mismos de servir como dispositivos de control y apoyo en prevención.